Zonas Azules de Sincelejo: Repensando el asfalto como espacio público

En el imaginario colectivo de Sincelejo, el espacio público del centro ha dejado de ser un bien común para convertirse en un territorio de tensión. El sistema de Zonas de Estacionamiento Regulado (ZER), concebido teóricamente como una herramienta de gestión de la demanda para optimizar la movilidad, opera en la práctica bajo una lógica que se percibe más cercana a la extracción de rentas que a la planificación urbana. La promesa de ordenar el flujo vehicular y democratizar el acceso al centro se ha desdibujado ante una realidad marcada por la sanción del cobro a cambio de parqueo y una profunda desconfianza ciudadana.

Desde la perspectiva de la planificación, el primer error de un sistema como este es su aislamiento. Las ZER no pueden funcionar en el vacío; son una sola pieza dentro del complejo ecosistema de la movilidad urbana. Su implementación, amparada en el Decreto 493 de 2018, parece haber ignorado este principio fundamental. Se introdujo un mecanismo de restricción al vehículo privado sin fortalecer, en paralelo, las alternativas de transporte público, ni crear la infraestructura necesaria para peatones o ciclistas. El resultado es un sistema que no gestiona la demanda, sino que la penaliza, sin ofrecer rutas de escape viables.

El modelo de concesión, donde el operador privado retiene la mayor parte del recaudo, revela una falla estructural en el diseño de la política pública. Cuando el incentivo principal es la maximización del ingreso por multas y tarifas, el objetivo de la planificación —mejorar la calidad de vida urbana— queda relegado. Esto convierte un instrumento de ordenamiento territorial en un mero negocio sobre el asfalto. La falta de transparencia sobre el destino de la minoritaria participación que recibe el municipio cierra este círculo vicioso, impidiendo que los ciudadanos vean un retorno tangible de su pago en mejoras para la ciudad.

Para transformar esta realidad, es necesario abandonar la visión fragmentada y adoptar una estrategia integral. No se trata de eliminar las Zonas Azules, sino de reimaginarlas como el motor financiero de su propia solución, un catalizador para la regeneración urbana.

El primer paso ineludible es la reestructuración de su gobernanza. Se debe transitar hacia un modelo de total transparencia, auditando y renegociando las condiciones del contrato de concesión para asegurar que el beneficio principal retorne a lo público. Los ingresos municipales deben depositarse en un Fondo Urbano Sostenible de destinación específica y gestión transparente. Solo así se podrá establecer un ciclo virtuoso donde el ciudadano vea que el pago por el uso de un espacio escaso se traduce directamente en la construcción de una mejor ciudad.

Con un flujo de recursos asegurado y visible, la inversión debe seguir la jerarquía de la movilidad sostenible. El dinero generado en las calles debe, en primer lugar, volver a ellas para sanar el tejido urbano. Esto significa financiar mejoras inmediatas en la infraestructura peatonal: andenes accesibles, cruces seguros y mejor iluminación. Simultáneamente, se deben usar estos fondos para cofinanciar el sistema de parqueaderos públicos disuasorios, ubicados estratégicamente en la periferia del centro. Estos actuarían como nodos de intermodalidad, permitiendo a los conductores dejar su vehículo a una tarifa razonable y acceder al núcleo urbano a pie.

Además, esta estrategia de reinversión ofrece una oportunidad única para entrelazar la movilidad con la sostenibilidad y la identidad cultural. La recuperación de un andén o la pacificación de una calle no debe verse como una mera obra de ingeniería, sino como un acto de place-making: de creación de lugar. Estos espacios renovados pueden convertirse en lienzos que expresen el carácter sincelejano, incorporando en su diseño patrones inspirados en la sabana, usando materiales locales y creando las zonas de sombra y encuentro que son tan centrales en la cultura Caribe. Una ciudad verdaderamente sostenible no es solo la que se mueve eficientemente, sino aquella que fortalece su tejido social y refleja con orgullo su identidad en su forma urbana.

A mediano y largo plazo, este fondo permitiría a Sincelejo abordar sus desafíos estructurales. Podría ser la base para apalancar proyectos de mayor envergadura, como la implementación del sistema de transporte colectivo y, crucialmente, el desarrollo de una red de ciclorrutas seguras y conectadas. Cada peso recaudado en las Zonas Azules se convertiría en un ladrillo para edificar una ciudad menos dependiente de la movilidad individual.

En efecto, es fundamental recalibrar la herramienta misma. La gestión de la demanda busca influir en el comportamiento, no solo castigar. Esto implica humanizar la operación: establecer periodos de gracia lógicos antes de proceder al cobro, e implementar sistemas de pago digitales ágiles. Cuando el sistema es percibido como justo y su propósito es transparente, la aceptación ciudadana reemplaza al conflicto.

Las Zonas Azules de Sincelejo están en una encrucijada. Pueden continuar siendo un símbolo de la privatización del espacio público o pueden ser el punto de partida para una transformación urbana real. La decisión reside en la voluntad de pasar de una simple administración de parqueaderos a una verdadera planificación de la ciudad que todos anhelan: una ciudad más amable, más equitativa y, sobre todo, más humana.


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